En la segunda década del siglo XXI muchos periódicos siguen publicando cada día un breve horóscopo donde lectores / as pueden encontrar unas indicaciones sobre que les puede pasar ese día. Todos los otros entretenimientos de los diarios (jeroglíficos; sudokus; crucigramas; las ocho diferencias; jugadas de ajedrez, etc.) tienen un claro sentido de ofrecer pequeños retos a los lectores para su disfrute. Pero los horóscopos pretenden ofrecer orientaciones vivenciales totalmente absurdas. Si es cierto que los redactores de los horóscopos ya procuran hacer afirmaciones ligeras que los lector / se cumplirán en una gran mayoría. Pero es difícil de creer que alguien pueda encontrar en su horóscopo del día nada interesante.
El rey Felipe VI y yo nacimos en años diferentes pero el mismo día: 30 de enero. Por lo tanto somos Acuarios y según los horóscopos tenemos un mismo futuro. Sólo este hecho ya sería suficiente para no creer en las predicciones de los horóscopos. Pero si observamos que hay doce signos del zodiaco asignando por tanto el mismo futuro inmediato a todos los millones de seres del mismo signo, la cosa es todavía más ridícula. Nada personal es tenido en cuenta excepto la referencia planetaria del día del nacimiento.
Mirar el cielo hizo surgir la astronomía, ciencia capital para estudiar seriamente el universo. Pero también hizo surgir la astrología, hoy disciplina absurda y recreativa que intenta relacionar el funcionamiento astral a nuestras vidas.
Naturalmente la propuesta es vistosa y siempre hay gente de buena fe y limitadas perspectivas que desea hacerse una «carta astral» y, naturalmente,
gente dispuesta a hacer (¡cobrando!) la carta tan deseada. En las cartas hay muchos números y cálculos matemáticos y cuidados datos astronómicos, en un intento desesperado por «hacer parecer seriamente científicas» unas predicciones o descripciones que no lo son.
C.A.